viernes, 29 de octubre de 2010

Virus todo terreno… la envidia

Yo deseo, tú deseas, ellos desean, aquellos también desean; algo que no tenemos. Y es que muchas veces, en vez de trabajar para obtener lo que deseamos, envidiamos. Nadie ha estado libre de este sentimiento. Es más, en este momento que redacto estas líneas envidio a un amigo que se ha ido a vacacionar al norte en búsqueda de playa, arena y sol.

La falta de autoestima nos convierte en personas envidiosas; cuando nos sentimos menos frente a otras personas, principalmente, cuando creemos que la felicidad de otra persona es la meta que debemos alcanzar para sentirnos bien. En ese momento estamos atravesando un cuadro de envidia.

La admiración es mejor que la envidia, definitivamente. Al admirar apreciamos las cualidades de una persona o, mejor dicho, cómo esa persona utilizó sus cualidades para lograr algo. Personas admirables hay en todos lados y sus vidas son libros abiertos, si queremos aprender de ellas.

Al  igual que el colesterol, que tiene una versión benigna y otra maligna, hay una envidia positiva y otra negativa. La positiva me motiva a alcanzar de pronto lo que otra persona tiene, sacando lo mejor de mí y aprendiendo durante el proceso. Mientras que la envidia negativa no me motiva a nada, más que sentarme y auto compadecerme por no tener tal o cual cosa para llegar a algo. Lo que se llega a alcanzar en este caso es un manojo de pretextos.

Pretextos hay para todas las edades y gustos; es más, muchos poseen maestrías y doctorados en este rubro, en el que la falta de voluntad y constancia no son requisitos para alcanzar el máximo nivel de pobreza personal. Lo cierto es que el que quiere puede, ya sea hacer o no hacer nada.

El virus de la envidia ha sido inoculado en todos, o sea, todos somos potencialmente envidiosos. Para combatirla, los doctores  prescriben una dosis diaria de actitud, una de constancia y otra de sencillez.

1 comentario:

  1. La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren. Shopenhauer

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